Verdadera pornografía


Ana Alejandre                                                                                       


            Telecinco en este mes de abril ha vuelto a ser noticia por la campaña de recogida de firmas contra uno de sus programas basura -Telecinco tiene experiencia en esas lides-, pero dicha campaña está motivada más por el comportamiento de los seguidores del programa en cuestión: «Mujeres y hombres y viceversa», que por su propio contenido, aunque también lo rechazan los firmantes de dicha campaña.
             Ese horror televisivo, sexista, cutre, hortera y mera exhibición permanente de incultura y zafiedad, al que sólo le hace falta que pongan una cama redonda en el estudio y un dispensador de preservativos para que los espectadores y los participantes "vayan entrando en materia". Pues de eso se trata, de hombres y mujeres que se presentan como candidatos a conocer a otro/a participante, candidato/a a un "polvo", o a muchos, para saber así cuál de los posibles aspirantes es el más adecuado para ser su posible pareja "hasta el infinito y más allá", es decir, para una semana, un mes o unas horas, o sea, mientras dure esa fuerza irresistible que une tanto a los componentes de cada pareja así formada y que no es otra que el deseo de darse un revolcón y después preguntarse cómo se llaman para ir tomando confianza y conociendo un poco más al otro/a que ha ido con el mismo objetivo al  pringoso programa.
            Parece ser que quienes participan en dicho engendro televisivo buscan pareja de esa extraña forma, porque la fascinación de las cámaras les   provoca una acusada predisposición al enamoramiento repentino, aunque sólo sea de los bajos fondos del contrario/a, mientras se hacen un pelín conocidos gracias a Telecinco y Mediaset -la productora de dicha infumable criatura televisiva-,  porque trabajar es muy cansado y ganar dinero fácil siempre es una tentación muy fuerte e irreprimible para quienes, gracias a la efímera popularidad televisiva, olvidan así la caspa y la vulgaridad de sus vidas anodinas.
            Hay  una gran semejanza que presentan todos y cada uno de los participantes en ese remedo de mercado de carne, en el que las mujeres son examinadas visualmente, manoseadas, piropeadas, menospreciadas y hasta insultadas por los gañanes  -muchos de ellos muy cachas y con apariencia de practicar culturismo, actividad apropiada para quien no practica la cultura que es mucho más esforzada y difícil para mentes poco dotadas-, en un desfile continuo de actitudes que pone de manifiesto el  analfabetismo funcional, la ignorancia supina, la incultura vergonzante y la falta de dignidad de quienes se prestan a esa exposición  indecente -no por lo que enseñan de su cuerpo, sino de su propias miserias personales-, en la que importa más quién muestra más osadía, desvergüenza, descaro, vulgaridad, mala educación y/o  demasiada costumbre u oficio de comerciar con su cuerpo.
            Lo curioso es que la solicitud de que se retire dicho programa, firmada por más de 100.000 personas, por el momento, y formulada a través del portal  Change.org, explica dicha petición en las siguientes frases que transcribo: "Debido al poco tacto y la poca empatía de sus seguidores hacia lo del accidente aéreo de esta mañana"; y continúa en otro apartado: «Porque no aporta nada a la sociedad y a la cultura española, porque no creo que un programa de esa índole deba estar en horario infantil y por otras razones este programa se debería de eliminar de la parrilla televisiva y cambiarlo por otro con un mejor contenido, ya no digo educativo porque sabemos que no es precisamente el punto fuerte de Telecinco o de Mediaset, pero por algo que contenga algo de interés» (sic).
            Dichos seguidores -de la misma catadura de quienes participan en dicho programa- se quejaron del retraso sufrido por el programa de marras el día del siniestro en los Alpes franceses, ya que Telecinco le dio una extensa cobertura informativa al accidente del Airbus que se estrelló en dicha zona, por obra  de su copiloto, Andreas Lubitz, que quiso morir matando a los 150 ocupantes del avión.
            Naturalmente, no se le puede pedir empatía, respeto y conmiseración con las víctimas del terrible suceso, a quienes disfrutan viendo cómo mujeres y hombres se exhiben de forma impúdica, con total ausencia del respeto hacia sí mismos, en esa oferta/demanda de carne y sexo, vulgar y soez, en la que las personas se convierten en meros objetos de usar y tirar para el mayor morbo y disfrute de unos telespectadores que están babeando al pensar quién será la afortunada elegida que se disputan los machos alfa del programa entre exabruptos, piropos soeces y actitudes de macarras, mientras las féminas esperan  -aunque sin llevar el cartel con su precio porque sería demasiado descaro-, a que los machos decidan si la rubia peligrosa es más mujer que la morena guerrera, quienes se miran con odio a su vez, esperando ser quien se lleve la victoria y sea la elegida por el cachas de turno con cara de chulo de lumis o de camello de discoteca, después de haber sufrido una lobotomía.
            En una democracia no cabe la censura, a excepción de evitar cualquier manifestación pública que vaya en contra de las leyes, pero sí cabe que las propias cadenas televisivas revisen los contenidos que ofrecen a los espectadores en unos horarios inapropiados, y que sean esas mismas cadenas y las diferentes productoras televisivas las que se deben autocensurar para no seguir ofreciendo programas basura que no aportan nada más que servir de alimento a la incultura popular, a la zafiedad, al sexismo más atroz, a la alienación de quienes no solicitan ni demandan contenidos culturales porque están fuera de su espectro mental.
            Por esas carencias, esos programas basura les ayudan aún más a solazarse en su propia debilidad intelectual, ética y moral, y a seguir cultivando unos patrones y roles de conducta deleznables entre los que el machismo -hijo del sexismo-, es uno de los más necesarios a descartar en una sociedad que ha entrado en el siglo XXI, pero que sigue anclada en los peores aspectos de épocas ya superadas en los que la dignidad del individuo era sólo una entelequia sin contenido real en la vida de una sociedad.
            La pornografía no es sólo la exhibición de escenas de sexo explícito, sino también la demostración pública de las miserias morales de los individuos, de sus más bajos instintos, de sus bajezas, de su propia indefensión, de su ignorancia y de su incapacidad de considerarse un individuo social y, por tanto, merecedor del respeto debido a su dignidad inherente a todo ser humano que le debe toda la sociedad y que el propio interesado tiene que exigir y recabar para sí por su propia conducta.
            Todo ciudadano tiene el derecho a cambiar de cadena o apagar el televisor si la programación no es de su agrado. Pero el ejercicio de esa capacidad discrecional está en función del nivel cultural de cada individuo, de su maduración como individuo y de su propia sensibilidad y nivel ético y moral. Desgraciadamente, no está al alcance de todos poder elegir con discreción, y muchos se ponen delante del televisor con una actitud pasiva y nada crítica, lo que les hace admitir cualquier bazofia televisiva que no les haga pensar demasiado ni les exija mas que una actitud receptiva y acrítica que no cuestione lo que están viendo. Ese es el gran problema para quienes aceptan cualquier espectáculo que les haga divertirse, reirse, aunque sea del prójimo que hace el ridículo, aunque para ello tenga que renunciar a su propia capacidad de discernimiento y de elección, en una continua alienación que le va hundiendo cada vez en la atonía moral, en la idocia.
            Esa es la responsabilidad de los medios audiovisuales que pueden elegir qué contenidos ofrecer a un público no demasiado formado ni exigente. Esta es la causa de la verdadera pornografía a la que nos están acostumbrando ciertos programas televisivos, en pos de una mayor audiencia, de unos mayores ingresos, de la forma más fácil, mercenaria y repulsiva que existe. Ello conlleva la creación y continuidad de unos programas en los que el ser humano deja de serlo, en cuanto a merecedor de respeto, para convertirse en un trozo de carne, en un objeto al que se exhibe, manosea, degrada y ridiculiza con el beneplácito del propio interesado-sobre todo si es mujer-, que ignora que está siendo utilizado para conseguir unos fines espureos, a costa de ser ofrecida su degradación ante quienes no se dan cuenta tampoco de su propia alienación y consienten y colaboran como participantes, unos, y espectadores, otros, en la gran mascarada en la que los individuos son tratado como simple ganado. Por ello, su mayor valor es el precio de la carne, de esa carne trémula que se exhibe queriendo encontrar en un espacio televisivo el sucedáneo del amor, el sexo, la diversión, la fama o esos diez minutos de gloria a los que Andy Warhol decía que todo ser humano es acreedor.


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