La televisión: fábrica de "nuevos talentos" literarios



Jorge Javier Vázquez en la presentación de su libro
                Nadie desconoce el gran poder publicitario que ofrece la televisión a toda clase de bienes y servicios  por  el gran alcance que tiene, aunque sólo es apta, por su alto coste, para empresas con una cierta capacidad económica para pagar cualquier anuncio, especialmente en determinadas franjas horarias y en programas de gran audiencia.
            Este alto valor publicitario no sólo afecta a los productos publicitados, sino también a quienes hacen televisión en cualquiera de sus modalidades: presentadores, colaboradores, invitados, etc., con independencia de si su imagen es agradable o desagradable, simpática o antipática, cercana o lejana a los espectadores, porque todos se benefician de esa carga publicitaria que ofrece el mero hecho de estar ante las cámaras para que su propia persona, con independencia de sus méritos, capacidad, conocimientos y titulación (si es que la tuviere) pasa a ser un recurso publicitario más y de gran eficacia, codiciado por las empresas que ven en cada famoso el mejor reclamo para sus productos a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero  que pagan para que el nombre del famoso  o popular aparezca asociado al producto que ofrece la empresa contratante que se beneficia así de la publicidad añadida y efectiva que aporta por sí mismo quien acepta dicha oferta de darle nombre  a los bienes o servicios en cuestión.
            De esta suculenta moda para sacar pingües beneficios de una publicidad que precede y se suma a la del producto que se ofrece, no se podía quedar al margen la industria editorial. Por ello, cada vez son más los famosos televisivos de todo pelaje: licenciados y analfabetos funcionales, profesionales de cualquier rama de actividad o simples advenedizos que se han ido haciendo populares sin hacer más mérito que ponerse delante de las cámaras de forma habitual; inteligentes y lerdos, decentes y vividores sin escrúpulos, que han empezado a publicar libros de su supuesta autoría, pero que son simples obras sin valor alguno,  supuestas biografías de  otros personajes más famosos o importantes, o  simples refritos hechos con retazos de varias obras, más o menos conocidas, sin permiso de los autores reales, lo que ha provocado, en más de una ocasión, un verdadero escándalo como el protagonizado hace unos años por Ana Rosa Quintana, cuando publicó "su" primera novela que resultó ser el burdo plagio de fragmentos  de novelas de escritoras famosas (Daniel Steel y Ángeles Maestretta, entre otras) lo que ocasionó la consiguiente demanda y que la obra fuera retirada a los pocos días de salir a la venta, aunque la famosa presentadora no había participado en dicho plagio nada más que en dar su consentimiento para que su nombre apareciera en portada a cambio de una millonaria cifra. A partir de entonces, parece que se le han quitado las ganas de intentar una nueva aventura " literaria", a pesar de que anunció, antes de que saltara el escándalo, que quería retirarse de la televisión para dedicarse a "escribir"...
            La lista ha ido aumentando, porque las editoriales se han dado cuenta del gran filón que representan las obras "firmadas" por famosos o simples habituales de la televisión, intentando así paliar esta industria el descenso en un 20% de bajada en las ventas, y ofreciendo al público poco conocedor de la literatura, de la verdadera, auténticos refritos que, por llevar en su portada el nombre del famoso de turno, cuentan de antemano con una previsión de ventas que no alcanza ningún Premio Nobel de Literatura, porque los compradores de dichas obras no eligen la obra por su valor literario, sino porque creen ingenuamente que lo ha escrito realmente quien figura como autor en su portada. Naturalmente, es el público bienintencionado y fans del nombre popular, aunque no sepa bien por qué lo admira, quien paga no sólo el precio del libro que, a pesar de  la época de crisis actual no  baja nunca de 18, 20 o más euros, sino que paga también la excesiva confianza e ingenuidad al creer que alguien que, si no es analfabeto total, lo es funcional o, cuando menos, no tiene el menor talento literario, ni conocimientos, ni tampoco capacidad para escribir dos folios seguidos, es el verdadero autor de dicho libro, y se convence, en su ciega admiración al personaje de turno, que la obra que ha comprado le va a ofrecer las delicias "literarias" de alguien que está tan ajeno a la literatura como el propio comprador de dicho fiasco.
            La lista de quienes publican "sus" obras crece cada día: Boris Izaguirre, Jorge Javier Vázquez, Maxim Huertas, María Teresa Campos, Carlos Sobera, quien para evitar que le sucediera algo similar a lo ocurrido a Ana Rosa Quintana, anunció sin ambages, hace años, que había cobrado 50 "kilos" (millones de pesetas) por poner su nombre en una obra en la que no había escrito "ni una coma", por citar sólo unos pocos. Al menos, algunos son periodistas, pero otros sólo son presentadores de televisión con mucha fama y más habilidad para llegar y mantenerse en la palestra, sin que nadie se expliqué cual es el motivo de su éxito, cuando hay muchos  excelentes profesionales del medio que están teniendo que rogar una pequeña colaboración en un programa, a las órdenes de quienes, sin tener mérito alguno demostrado y demostrable, son únicamente producto de la buena suerte, de ciertas influencias o de su habilidad de "trepas" profesionales y caraduras.
            El medio televisivo se convierte así, sin pretenderlo, en un agente literario espúreo que no descubre nuevos talentos literarios, sino sólo es el escaparate en el que se luce, reina, triunfa y crece la mediocridad, la incultura, la estulticia y la más absoluta falta de honradez, lo que propicia que los bienintencionados lectores, poco duchos en los menesteres literarios, se crean que una serie de personajes, con mayor o menor preparación pero sin talento literario, aunque con indudable sentido del oportunismo, se alcen con el título del escritor más vendido de la Feria del Libro, como es el caso de Boris Izaguirre, cuyo mérito televisivo más evidente ha sido lucir sus genitales en un determinado programa televisivo ya desaparecido.
            Ante un panorama así, hay que preguntarse a dónde va la cultura, no sólo literaria, de este país, sino la propia cordura de una gran parte de la ciudadanía que paga para que le engañen, le vendan una bazofia en forma de libro, y le tomen no sólo el pelo, sino también le tomen por tonto, para que puedan lucrarse una gran cantidad de listos que saben vivir del cuento.
           

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