Biografías no autorizadas




Carmen Ordóñez en la boda de su hijo Francisco con la Duquesa de Montoro,

                La vida de los famosos se ha convertido en un productivo negocio para las cadenas de televisión, la llamada prensa rosa y los “comentaristas” de todo pelaje que viven a costa de explotar las intimidades de aquellos personajes del mundo de la farándula, el cine, el deporte o del toreo, sin olvidar a la aristocracia y al mundo de las finanzas.
                Todo el negocio montado a costa de exhibir públicamente, y muchas veces sin la autorización de los propios interesados que ven expuesta su vida íntima ante la vista de todos -mucho más que la profesional que parece no importar demasiado a quienes se lucran con ello-, está resultando un filón para los profesionales del llamado “mundo del corazón”, por lo que compiten las cadenas de televisión, las revistas del corazón (aunque habría que llamarlas más bien de las partes íntimas) y los propios periodistas –algunos de ellos titulados en Periodismo, lo que es poco frecuente, a pesar de lo conocido de algunos de los nombres que pululan por las televisiones con el marchamo de “periodistas”- convirtiéndose en feroces competidores que están dispuestos a conseguir a dentelladas, aunque sean morales, las últimas “noticias” por pueril que sea: operación de cirugía estética, viaje de vacaciones, estreno de casa o cambio de look del famoso de turno, lo que le supondría a unos y a otros ingresos cuantiosos y a los “comentaristas” de turno la renovación del contrato con la cadena de televisión con la que colabora en los programas de cotilleos en los que colaboran con tan importantes informaciones a debatir que ofrecen después altos índices de audiencia y fuertes ingresos publicitarios.
                El problema no existiría si siempre que un programa de televisión o revista ofreciera la biografía del corazón de cada personaje con la correspondiente autorización del mismo, pero no siempre es así, y de esta forma los responsables de dichas informaciones “biográficas” conculcan en muchas ocasiones el derecho a la intimidad, al honor y a la propia imagen de los biografiados en contra de su voluntad, hechos que propician muchas querellas ante los tribunales de quienes ven exhibida su supuesta intimidad sin su consentimiento y, lo que es peor, para muchos de ellos, sin el cobro de una suculenta suma de dinero que paliaría los perjuicios causados por las informaciones vertidas en dichos programas o noticias de la prensa.
                No hay que olvidar que “el mundo del corazón” mueve muchos millones de euros al año, y los protagonistas de las vidas biografiadas son los que, generalmente, no cobran nada por este concepto – a excepción de las exclusivas dadas a la prensa y en la que la información ofrecida está pactada previa y contractualmente-, y esto siempre es una fuente de indignación para los interesados que ven expuesta la mercancía de su vida a cambio de nada.
Isabel Pantoja y Julián Muñoz
                Programas como Hormigas Blancas, Enemigos íntimos, Salsa Rosa, e incluso La noria, todos ellos de Tele 5 que es una máquina de crear programas en los que prima la oferta de vidas expuestas y abiertas en canal, sin olvidar al también desaparecido Dónde estás, corazón cuyos colaboradores han pasado en gran parte a Tele 5 que ha fagocitado el contenido morboso de dichos programas, han recibido multitud de querellas por parte de los afectados por las informaciones vertidas en ellos, verdaderas o falsas, pero sobre todo porque la mercancía exhibida y vendida por dichos programas le proporcionaba beneficios sólo a sus productoras y los colaboradores de los mismos, pero no al propio interesado que se encontraba después con el trasero al aire delante de la opinión pública y sintiendo, además, que es siempre lo más difícil de aceptar y provoca sarpullidos mentales al comprobar que del pingüe negocio queda siempre al margen y con resultados negativos para su propia imagen.
Rocío Jurcal y Junior
                A nadie, por famoso o desconocido que sea, le gusta ver su intimidad expuesta ante la opinión pública, aunque la información sea cierta o no; pero los que viven de la imagen pública: artistas, deportistas, toreros, etc., son los más perjudicados cuando el público llega a conocer la verdad que se esconde detrás de un matrimonio aparentemente feliz y una familia bien avenida (caso de Rocío Dúrcal y Junior, por citar sólo uno), una vida armónica e instalada en el éxito y en la salud mental y física (Andrés Pajares y familia),  la verdadera personalidad de quien es conocida por ser la trágica figura de la viuda de un famoso torero reconvertida en una implicada en un turbio asunto de corruptela y amores oscilantes y escandalosos (caso de Isabel Pantoja), o la verdadera imagen de la figura quebradiza y frágil de quien se debatía entre los amores fracasados y tormentosos, a caballo entre los somníferos y la droga (Carmen Ordóñez).
                Naturalmente, hasta que los Tribunales sentencian si hay o no atentado al honor, la intimidad -cuando no también condenan  la existencia de calumnias e injurias en las informaciones ofrecidas a la luz pública-, ha pasado demasiado tiempo y los que ven sus vidas pendientes del hilo de la murmuración y el juicio popular, cuando obtienen una sentencia favorable, ya es demasiado tarde para poder recomponer su imagen anterior, fuera verdadera o falsa, y eso se traduce en verdaderos perjuicios de todo tipo, sin olvidar el económico, porque su caché baja a la misma velocidad que las actuaciones, los discos vendidos o la afluencia de público a sus respectivos espectáculos de la índole que fueren.
Andres Pajares y familia
                España es un Estado de Derecho y a la ley tenemos que someternos todos los ciudadanos, como en cualquier país civilizado, aunque los españoles tenemos excesiva propensión a interesarnos demasiado por las vidas ajenas, más allá de todo límite razonable y prudente para entrar a saco en intimidades que, por serlo, deberían seguir en el más estricto ámbito privado cerrado a las miradas ajenas y curiosas. Esta peligrosa afición al cotilleo de vidas ajenas siempre termina pasando factura a todos: profesionales de la información más o menos veraces que terminan siendo víctimas de la propia dinámica que les termina convirtiendo en sujetos de noticias y seguimiento por sus propios compañeros; famosos implicados  con los perjuicios consiguientes antes apuntados, y el propio público que termina siendo también fagocitado por esa fuerte tentación de ofrecer como mercancía bajo precio la propia intimidad, la vida personal y, junto con ello y por ser un terreno sumamente resbaladizo, la dignidad personal para conseguir un minuto de gloria –al que Andy Warhol se refería al decir que todos tienen derecho a gozarlo-, unos ingresos extras a costa de vender los detalles de su propia vida, sobre todo si ha tenido el excitante gozo de haber compartido una noche, un momento o es vecino de un famoso, famosillo o aspirante a serlo.
                Por eso, obtiene tanto éxito programas como Gran Hermano al que acuden miles de aspirantes a los distintos castings, para conseguir entrar en un programa que les dará notoriedad, dinero y sentirse “alguien” en sus vidas anodinas, a costa de mostrar su verdadera imagen, su intimidad no siempre atrayente ante las cámaras, aunque de dichas experiencias pocos salen indemnes y sí marcados de por vida y no siempre favorablemente, como han referido algunos de sus concursantes, porque cuando se baja el telón, se apagan las luces y se vuelve a la vida normal ya no se es capaz de volver al anonimato de la muchedumbre, al trabajo sin aspiraciones ni gusto, y pasar de nuevo a ser el mismo ser anodino, gris e ignorado por todo ese público que antes seguía sus actuaciones en el programa con la misma curiosidad con la que se contempla a unos animales en la jaula de un zoológico.
                El peligro de cosificar a las personas y convertirlas en meros objetos de espectáculo y negocio, es que el individuo pierde así su propia dignidad humana y el derecho a su propia imagen para convertirse en un “producto” manufacturado y vendido al mejor postor, según las crueles leyes del mercado y la demanda, y cuando el personaje sustituye a la persona entonces ésta desaparece y queda sólo una caricatura patética y desgarrada que se beneficia, aunque sólo  al principio, de esta mutación para darse cuenta, antes o después, que su verdadero yo, su propia identidad personal ha quedado ya para siempre unida a la imagen que otros han creado por servidumbre  del negocio y de lo que dicte la moda. Así, termina preguntándose ¿quién soy yo?, pregunta sin respuesta porque quien podría responderla, la opinión pública, hace tiempo que ha olvidado a ese rostro, a ese personaje circunstancial, y observa con igual curiosidad a otro espécimen de la extraña fauna de aspirantes a famosos o de quienes una vez lo fueron y cayeron del pedestal en el que estuvieron porque la expectación creada en torno a su figura, a su vida, real o imaginaria, quebró su imagen, dañándola para siempre y le dejó caer inerme porque ese juguete roto ya no le divertía.,
                

Entradas populares de este blog

El mundo de la radio y la televisión

La televisión como servicio público

José María Íñigo: maestro indiscutible de la radio y TV